“De lo único que puedo dar testimonio es de la providencia” dice Juan Modarelli (52), quien en 2022 recibió la Orden de la Campana en el rubro Acción Comunitaria por su trabajo social durante la pandemia, tras armar una red de voluntarios que cocinaron unas 100 raciones semanales de comida que distribuía casa por casa en el barrio Las Praderas.

“Era como una posta de varios cocineros. Hasta mi vieja cocinó… ella hacía lentejas. Te dejaba la olla, algunos insumos y vos te arreglabas… yo después pasaba a buscar la comida. Depende el plato, pero sacábamos hasta 100 porciones, una vez a la semana. Eso fue el germen de las diferentes ollas populares que este año armamos desde julio a diciembre. Ahora paramos por el verano y para ver cómo seguimos en el 2025” explica.
Juan logró armar una red de ollas en Las Praderas, San Felipe, La Josefa y Otamendi. Así, una vez por semana, unos 500 vecinos supieron que los esperaba un plato de comida: “La Municipalidad ponía el alimento seco, Sol de Mayo el pan, la empresa Comibor los pollos, con lo que me daba el Sindicato Petrolero compraba la verdura. Los Movimientos Sociales ponían la mano de obra para cocinar, y distribuir…”
El de Juan es un trabajo de hormiga que cada vez llega a más y más personas. Su génesis la podemos encontrar en su crecimiento espiritual y profunda vocación de servicio inspirada en Jorge, su padre. “Para continuar su legado”, comenzó dando catequesis, formando grupos de oración y organizando comidas en la parroquia ‘Nuestra Señora de Luján’ de la calle Paso al 1100. Algo más de una década después, en 2018, fue ordenado Diácono y posó su mirada sobre el barrio Las Praderas.
“Faltan vocaciones, y la capilla de Las Praderas estaba cerrada hacía varios años. Fue llegar, fue ponerse a limpiar, ordenarla un poco, y salir a buscar a vecinos para anunciarles que íbamos a empezar con las misas los sábados… Todo se dio naturalmente, había una comunidad esperando. Después, una cosa llevó a otra: organizamos un ropero comunitario, talleres de oficios, clases de apoyo escolar, la olla… Ahora estoy fogoneando el club de fútbol: Atlético Las Praderas, del cual soy Secretario y orgulloso integrante del equipo de Veteranos… entre todas las divisiones estaremos moviendo a unos 500 pibes y pibas, que además los podemos ir sumando a otras actividades asociadas al voluntariado. Si me preguntás, además de terminar de acomodar la cancha para poder jugar de locales en la Liga, me gustaría llegar a tener un playón para básquet y vóley, y más adelante una pileta… tal vez armar una colonia de verano. Todo con una mirada de promoción social, que irradie y contagie a otros barrios… sin olvidar el alimento espiritual. Son las dos caras de una misma moneda. No hay que descuidar ninguna de las dos: ese es el secreto”.
Como Diácono, Juan puede celebrar bautismos, casamientos y misas. “Al no ser sacerdote, no tengo la capacidad de consagrar las hostias, pero a la misa las llevo ya consagradas. Si me lo piden, también puedo bendecir hogares o dar la unción a enfermos”.
Ya en el terreno de la fe, ¿Fuiste protagonista de algún hecho significativo, una epifanía, una visión?
Nada de nada… De lo único que puedo dar testimonio es de la providencia: de una u otra forma las cosas suceden, la ayuda aparece… mucha gente colabora en silencio. A veces lo veo como una cadena de micro milagros. La gente sólo necesita confiar y arranca. Sí, puedo decir que bendiciendo casas he tenido episodios concretos. No es broma.
¿Cómo qué?
Me pasó un par de veces. Cosas que se movían solas y caían al suelo cuando empezaba a tirar agua bendita. Por eso siempre antes de ir a una casa pregunto si está todo bien, porque si no, me protejo con una hostia consagrada que llevo en el pecho durante esas ocasiones.
Además de tu trabajo en la refinería, estás casado, tenés hijos ¿Cómo podés con todo?
¡Es un misterio! (ríe)… pero no lo veo ni vivo como una carga, me hace muy feliz y me llena de energía. Hacer el bien, hace bien… Mirá: si fuera médico, a todos les recetaría algo de trabajo voluntario. Claro está que cuento con el apoyo de “el de arriba”, pero también es cierto que sin el apoyo incondicional de Valeria, mi señora, y el de mis hijos, sería imposible.
